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La primavera árabe ¿una rebelión popular o una revolución incipiente?

Br. Luis Antonio Coelho, estudiante de la Licenciatura en Química.

Trabajo presentado en el curso CSX-394 “Revoluciones: disolución y conformación del poder político” dictado por  la Profa. Carolina Guerrero

Introducción:
En los últimos tres años la opinión pública mundial ha estado centrada en una serie de acontecimientos políticos que han tenido lugar en la región del Magreb y de Oriente Próximo: violentas protestas y revueltas populares a gran escala han sido el detonante de una crisis gubernamental sin precedentes en gran parte de los países del mundo musulmán. Desde Túnez hasta Yemen se han suscitado alzamientos civiles y militares (en mayor o menor grado) que exigen, entre otras cosas, mayores libertades y la democratización de rígidos sistemas de gobierno, generalmente islámicos, represivos y dictatoriales. La prensa internacional ha bautizado esta ola de movimientos populares como “Primavera Árabe” y numerosos periodistas, internacionalistas y politólogos la han catalogado indistintamente como una rebelión o como una “revolución democrática”. Ahora bien, ¿será correcto utilizar estos términos como sinónimos para describir lo que es verdaderamente la Primavera Árabe? ¿Están presentes en ella los elementos que caracterizan una revolución? ¿Puede ya ser catalogada como tal, en el moderno significado del término? Con el fin de dar respuesta a estos interrogantes y de intentar clarificar el verdadero proceso de cambios que se está dando en tales países, abordamos en el presente ensayo la contextualización del conflicto, una breve explicación acerca de la realidad histórica, política y social que lo originó; nos proponemos explicar las diferencias entre las revueltas y las revoluciones; y finalmente, trataremos de discernir si en la Primavera Árabe se encuentran presentes los elementos que caracterizan una revolución y, por lo tanto, si puede ser catalogada como tal.

El origen y la realidad de la Primavera Árabe:
El mundo árabe ha estado controlado por monarquías autoritarias y regímenes dictatoriales que, con la excusa de poner freno al islamismo, y con el apoyo de un Occidente cegado por seguridad y el beneficio económico, han vendido como estabilidad un sistema de represión brutal para seguir dando cobertura a la corrupción generalizada. La pobreza, el hartazgo por el inmovilismo político, la falta de democracia y el ansia de dignidad de la población han impulsado la oleada de protestas sociales en el Magreb y Oriente Próximo (1).

La presión popular forzó en Túnez y Egipto la caída de Ben Ali y Hosni Mubarak, respectivamente, abriendo las puertas a la movilización en otros países como Siria (que a la fecha se mantiene en una cruenta guerra civil), Yemen (produciendo la caída del régimen de Ali Abdullah Saleh), Bahrein, Jordania, Argelia, Marruecos y Libia (originando una guerra civil, que dio pie a la intervención de la comunidad internacional, y que culminó con la caída de Gaddafi) (1). De esta forma las protestas, aunque más levemente, se expandieron por casi la totalidad del mundo árabe. Sin embargo, por lo emblemático, la contundencia y la magnitud de la movilización popular se procederá a explicar brevemente el conflicto en tres países específicos: Túnez, Egipto y Libia.

Túnez fue la nación detonante de la Primavera Árabe (2, 3). Según el intelectual español Juan Goytisolo, desde su independencia de Francia en 1957 hasta los años ochenta, el Gobierno de Habib Burguiba sentó las bases de un Estado laico y democrático. Un sistema educativo abierto a los principios y valores del mundo moderno, el estatus de la mujer incomparablemente superior al de los países musulmanes vecinos y un nivel de vida aceptable en comparación con estos, pese a la carencia del petróleo, formaron una ciudadanía consciente de sus derechos (4).

El declive del poder de Burguiba y el golpe de palacio de Ben Ali en 1987, llevado a cabo supuestamente para preservar la democracia, se tradujo en un régimen dictatorial que duraría 23 años. Con el pretexto de cohabitar a la amenaza islamista, Ben Ali creó poco a poco un Estado policiaco cuyas redes se extendieron como una telaraña en el conjunto de la sociedad. Toda oposición política fue barrida con métodos despóticos (4). Dice testimonialmente Goytisolo:

“En mi última visita a Túnez hace ahora 11 años tuve ocasión de comprobar en persona el acoso que sufrían los demócratas que no se hallaban en la cárcel o en el exilio y la vigilancia policial de quienes entraban en contacto con ellos. Todo eso resultaba aún más chocante por tratarse de un país social y culturalmente avanzado, víctima de la paranoia del dictador y del insaciable afán de poder y riqueza del clan de su mujer, la tristemente célebre familia Trabulsi” (4)

La indignación moral creciente en la sociedad civil tunecina ante este panorama, aunado al empeoramiento de la situación económica, la mala distribución de la riqueza y el alto desempleo están en el telón de fondo de las revueltas. Sin embargo, fueron otros los principales factores desencadenantes: la acción conjugada de las filtraciones de Wikileaks, que revelaron grandes casos de corrupción, del gran número de tunecinos con acceso a Internet y a sus foros de discusión y finalmente, de la inmolación por el fuego el 17 de diciembre de 2010, de Mohamed Buazizi, un informático de 26 años desempleado, cuyo puesto de verduras y frutas fue tumbado brutalmente por la policía por carecer de autorización para su venta, fueron el detonante de la explosión que acabó por derribar al dictador en enero de 2011 a pesar de todas las reformas económicas y sociales que Ben Ali había propuesto para intentar calmar las revueltas (4, 5, 6).

Egipto es una república semipresidencialista que había estado sometida por 30 años a una Ley de Emergencia aprobada en 1981 luego del asesinato del entonces presidente Anuar al Sadat y tras el cual Hosni Mubarak asumió la presidencia. Esta Ley establecía numerosas restricciones de la libertad de reunión y movimiento de personas, detención de sospechosos o sujetos que representan un peligro para el estado, arresto y búsqueda de personas sin ninguna limitación, control de las comunicaciones, la prensa, las publicaciones y todos los medios de expresión, confiscación de propiedades y armas, evacuación de ciertas áreas e interrupción del transporte, en fin, la suspensión de todos los derechos civiles. Durante tres décadas, el gobierno de Mubarak, a través de la policía, había usado la Ley de Emergencia, para imponer su criterio por encima de las instancias judiciales y para detener a activistas políticos, blogueros y opositores (7).

De esta manera, la crisis en Egipto encuentra su epicentro en la evidente falta de libertades aunado a la precaria situación en que viven miles de jóvenes. Es a partir de la frustración que siente esta gran parte de la población que comenzaron a generarse las protestas y las consignas anti-Mubarak. La situación económica del país se ha visto marcada en los últimos tiempos por la pobreza, el desempleo, la falta de oportunidades y la corrupción del régimen gobernante (En 2010, el Índice de Percepción de Corrupción de Transparencia Internacional dio a Egipto una calificación de 3,1. Donde 0,0 corresponde a la percepción de mayor corrupción y 10,0 a la percepción de mayor transparencia 8). A esto debe sumarse los rumores de numerosos fraudes electorales, como así también de planes para que su hijo lo sucediera en el cargo. Todos estos hechos suscitaron la furia del segmento joven de la población, el cual encontró en la tecnología y las telecomunicaciones –las redes sociales– el mejor aliado para convocar las protestas y, consecuentemente, fueron también las primeras en sufrir las prohibiciones y clausuras por parte del gobierno (9).

En este contexto, e inspirados por los hechos que ya habían producido la caída de Ben Ali en Túnez (10), el movimiento congregó a miles de ciudadanos alrededor de las calles de El Cairo el 25 de enero de 2011, logrando su principal objetivo luego de un complejo proceso de rebelión y resistencia, del que fueron visibles ante el mundo 18 días de repetidas protestas y de múltiples enfrentamientos violentos con la policía (que dejarían decenas de muertos): después de tres décadas en el poder, Hosni Mubarak dimitió de su cargo presidencial. Ni su promesa de no presentarse a los próximos comicios, ni la de hacer reformas sustanciales a la constitución, ni la derogación de la Ley de Emergencia, lograron calmar el descontento de una población que exigía ya mismo un cambio político (9).

El caso de Libia es uno de los más violentos y complejos de la Primavera Árabe hasta el momento. Este país estuvo gobernado durante más de 40 años por el más extravagante y egocéntrico dictador del Magreb: el Coronel Muammar Al-Gaddafi, quien ejercía la jefatura del Estado desde septiembre de 1969 tras haber derrocado la monarquía del Rey Idris por medio de un “golpe revolucionario” (11). Desde los primeros años de su gobierno, el coronel Gaddafi impuso la moralización islámica de las conductas sociales, lo que se tradujo en la proscripción del juego, el consumo de alcohol, y las vestimentas más asociadas a la cultura popular occidental y adoptó una serie de medidas encaminadas a silenciar cualquier contestación a las disposiciones del régimen militar. Así, se prohibió el derecho de huelga, se impuso una férrea censura informativa y se codificó la pena de muerte para los delitos tipificados como contrarrevolucionarios (12).

De esta forma, Gaddafi autoproclamado “Guía y Líder de la Revolución”, estableció una implacable dictadura personal y en 1977 dotó a su país de una singular forma de gobierno, sin partidos ni instituciones estatales al uso: la Jamahiriya, híbrido de Islam, "socialismo natural" y "democracia popular directa", ideología que proclamó en su Libro Verde, y que reservaba la condición de Constitución de Libia al Corán (12). Sin embargo, de acuerdo al catedrático Ignacio Gutiérrez de Terán, el trasfondo de este particular régimen gubernamental es el siguiente:

“… el problema con Gadafi es que sus discursos, proclamas y teorías han perseguido siempre y únicamente justificar o disimular según los casos su ansia de controlar hasta el más mínimo detalle todo cuanto ocurría en el país. Y camuflar su repugnancia a cualquier tipo de instancia o institución que obstaculizase su propio mecanismo de toma de decisiones. Por ello, las teorías sobre el poder popular se terminaron convirtiendo en un chiste de mal gusto; y el líder, en una entidad que suplantaba al estado, auxiliado por una oligarquía formada preferiblemente por sus hijos y allegados y protegido por un portentoso servicio de seguridad y represión…” (13)

Frente a este panorama de despotismo ególatra, de atraso político y de ausencia absoluta de las más elementales libertades y derechos civiles en que el régimen de Gaddafi había sumergido al pueblo libio por 42 años, el 15 de febrero de 2011, al cabo de un mes de agitación contagiada por las revueltas cívicas en las vecinas Túnez y Egipto, Gaddafi afrontó lo inconcebible: el estallido en la oriental Cirenaica de una masiva insurrección popular exigiendo su caída. La chispa la provocó la detención en Bengasi de Fethi Tarbel, un abogado defensor de presos políticos del régimen; horas después, cientos de familiares de esos reos se echaron a la calle en Bengasi reclamando su liberación y al final, cerca de 2.000 personas se manifestaban coreando consignas contra el régimen. Su respuesta, rápida y brutal, fue lanzar contra los manifestantes todo el peso de sus fuerzas armadas. La represión a sangre y fuego no detuvo la revuelta, que se extendió a Tripolitania y a la misma capital. El reguero de deserciones militares, políticas y diplomáticas robusteció a los rebeldes, que sin apenas liderazgo formaron un Consejo Nacional de Transición (CNT). Sin embargo, ni el riesgo de quedar acorralado en Trípoli, ni el establecimiento de sanciones internacionales, ni la perspectiva de inculpación de crímenes contra la humanidad arredraron al dictador, que, desafiante y atrabiliario, prometió aniquilar a los "terroristas" (14, 15).
De esta forma, lo que había iniciado como una manifestación terminó como una terrible guerra civil. Rápidamente, la violencia se propagó por todo el país, y en la mayoría de las ciudades se desarrollaban combates entre los rebeldes y el ejército libio de Gaddafi. Ante los atroces medios de represión empleados por el régimen, y el bombardeo de poblaciones civiles controladas por los rebeldes, se precipitó la creación de una zona de exclusión aérea por la ONU, que autorizó de paso el empleo de "todos los medios necesarios" para proteger a la población civil, cuando los muertos se contaban ya por miles, pero sin intervención terrestre. Así, bajo el amparo de Naciones Unidas, el 19 de marzo Francia, Estados Unidos y el Reino Unido emprendieron una campaña de bombardeos aéreos, a la postre puesta bajo el mando de la OTAN. Finalmente, el 20 de octubre, tras semanas de encarnizados combates, el Ejército del CNT culminó el asalto final de la guerra en la ciudad de Sirte, que finalizó con un episodio tan dramático como simbólico: la captura malherido y la posterior ejecución (entre linchado y tiroteado) del mismísimo Muammar Al-Gaddafi (15, 16).

Primavera Árabe: ¿Rebelión o Revolución?
Una vez introducida la exposición sobre el conflicto y la realidad histórica, política y socioeconómica que produjo el estallido en estos tres países representativos del mundo árabe, es tiempo de tratar de discernir el tipo de proceso social por el que se encuentran atravesando las naciones que han servido de escenario para la Primavera Árabe. Más claramente, nos hemos planteado la siguiente interrogante: ¿Estaremos en presencia de una auténtica revolución o de masivas revueltas populares? La discusión se iniciará dando una definición política de ambos términos, con la que quedará claro, desde el principio, que las revoluciones y las revueltas, si bien comparten elementos en común, son fenómenos distintos y, por lo tanto, es incorrecto el habitual uso de ambas palabras como sinónimos.

Según lo que afirma Norberto Bobbio en el Diccionario de la Política, “la revolución es la tentativa acompañada del uso de la violencia de derribar a las autoridades políticas existentes y de sustituirlas con el fin de efectuar profundos cambios en las relaciones políticas, en el ordenamiento jurídico constitucional y en la esfera socioeconómica” (17). El autor también sostiene que “la revolución se distingue de la rebelión o revuelta, pues esta última está generalmente limitada a un área geográfica circunscrita, carece en general de motivaciones ideológicas, no propugna una subversión total del orden constituido sino un retorno a los principios originarios que regulaban las relaciones políticas-ciudadanas, y apunta a una satisfacción inmediata de reivindicaciones políticas y económicas” (17). Partiendo de estas definiciones, y con base en otros reconocidos autores que han estudiado y caracterizado el fenómeno de las revoluciones, se identificarán a continuación los elementos revolucionarios presentes en la Primavera Árabe para finalmente concluir si éstos son suficientes para catalogarla como tal y distinguirla de una rebelión popular.

Un elemento común y característico (aunque no exclusivo) de cualquier revolución es su realización mediante la violencia. Para Marcuse, el tipo de alteración radical y cualitativa del orden político y social que implica la revolución incluye la violencia necesaria contra la resistencia de las antiguas instituciones, intereses y formas establecidas, que nunca han cedido voluntariamente a la aspiración de los revolucionarios de obtener formas superiores de libertad (que como veremos más adelante es el fin de toda revolución). La violencia en la revolución no es defendida per se, sino que solo es “justificable” cuando se emplea como parte de una represión o protección de las actividades contra-revolucionarias y a favor del  progreso humano en libertad (18). Y es precisamente ésta, una característica de los movimientos populares de la Primavera Árabe. En cada uno de los casos particulares analizados anteriormente (Túnez, Egipto y Libia), y en todos en general, ha estado presente la violencia como reacción de la población a las represiones y hostigamientos de regímenes dictatoriales que se niegan a aceptar sus exigencias de mayores libertades civiles y políticas. Esto pudo observarse, en su máxima expresión, en el caso de la Guerra Civil desatada en Libia.

Para Hannah Arendt nadie puede negar el papel importantísimo que la cuestión social ha desempeñado sobre todas las revoluciones, la cual comenzó a tener un rol verdaderamente revolucionario solamente cuando los hombres empezaron a dudar que la pobreza fuera inherente al ser humano y que, por lo tanto, todos podemos aspirar a vivir en mejores condiciones. A pesar de que ninguna revolución ha resuelto nunca la “cuestión social”, ni ha liberado al hombre de las exigencias de la necesidad, todas ellas han seguido el ejemplo de la Revolución Francesa y han usado las potentes fuerzas de la miseria en su lucha contra la tiranía y la opresión (19).  Justamente, la profunda desigualdad económica, la ineficiente distribución de la riqueza, el alto desempleo, el elevado precio de los alimentos y la pobreza de la mayoría de la población (generalmente jóven), aunado a la corrupción reinante en el gobierno, fueron los principales factores que detonaron la Primavera Árabe en Túnez y que luego tendría el observado efecto dominó sobre el resto de los países de la región. La población jóven siendo la más afectada se alzó exigiendo, en un principio, mejores condiciones económicas de vida y mayores oportunidades sociales.

Con las revoluciones modernas entra en escena su elemento fundamental, el de la libertad. Condorcet lo expuso de forma resumida en esta frase: “La palabra revolucionario puede aplicarse únicamente a las revoluciones cuyo objetivo es la libertad” (19). Al respecto Marcuse dice, que un movimiento revolucionario, para poder recabar derechos éticos y morales que permitan su justificación, tiene que ser capaz de aportar motivos racionales que hagan comprender sus posibilidades reales de ofrecer libertad y dicha humana (18). Arendt explica que la libertad a la que apunta la revolución no se limita a la garantía de los derechos civiles, sino que ésta “consiste en la participación en los asuntos públicos o en la admisión en la esfera pública” (19).

En el caso de los países del Mundo Árabe la libertad ha estado restringida hasta en los aspectos más fundamentales. En regímenes como los de Túnez, Egipto y Libia (por solo mencionar los estudiados aquí) no existían garantías para sus habitantes ni de los más básicos derechos civiles (como el derecho a la vida y a la propiedad, a la libertad de expresión, de movimiento, de pensamiento, de culto, de desenvolvimiento personal, de reunión, de asociación política…), ni muchísimo menos se permitía la participación sin restricciones de la sociedad en los asuntos de política pública. De esta manera, puede decirse que las masivas manifestaciones populares que, en el marco de la Primavera Árabe, exigen que sus opiniones políticas sean escuchadas por dictadores sordos y una democratización de los sistemas de gobierno autoritarios, con la consiguiente obtención de los inexistentes derechos civiles inherentes a la condición humana, apuntan precisamente a la libertad, pues como afirma Marcuse, ésta siempre supone una liberación de condiciones de esclavitud y represión, una transición de formas de libertad inferiores y limitadas (o casi inexistentes) a otras superiores (18).

Pareciera entonces que, hasta el momento, todos los elementos que caracterizan una revolución encajan a cabalidad con los movimientos populares de la Primavera Árabe: la violencia, la lucha por la justicia social y el fin de la libertad están presentes ella. Sin embargo, hay aún un punto del concepto moderno de revolución que falta por abordar y que marca la diferencia fundamental con las rebeliones. De acuerdo con Arendt:

“es de suma importancia para la comprensión del fenómeno revolucionario en los tiempos modernos no olvidar que la idea de libertad debe coincidir con la experiencia de un nuevo origen. De esta manera, sólo podemos hablar de revolución cuando está presente este pathos de la novedad y cuando ésta aparece asociada a la idea de la libertad. Ello significa, por supuesto, que las revoluciones son algo más que insurrecciones victoriosas y que no podemos llamar a cualquier golpe de Estado revolución, ni identificar a ésta con toda guerra civil. Todos estos fenómenos tienen en común con las revoluciones su realización mediante la violencia, razón por la cual a menudo han sido identificados con ella. Pero ni la violencia ni el cambio por si solos pueden servir para describir el fenómeno de la revolución; sólo cuando el cambio se produce en el sentido de un nuevo origen, cuando la violencia es utilizada para constituir una forma completamente diferente de gobierno, para dar lugar a la formación de un cuerpo político nuevo, cuando la liberación de la opresión conduce, al menos, a la constitución de la libertad, sólo entonces podemos hablar de revolución” (19).

Como hemos expuesto, pareciera evidente que la Primavera Árabe tiene como objetivo la idea de la libertad; sin embargo, lo que no está muy claro es la presencia de lo que Arendt llama el pathos de la novedad, la experiencia de un nuevo origen, la conformación de una forma completamente diferente de gobierno con nuevas instituciones. Hasta la fecha, más allá del derrocamiento de los tiranos, no se han producido cambios verdaderamente significativos y radicales en el sistema político-constitucional de los países donde se ha originado el conflicto. Los intentos por crear nuevas Constituciones en Túnez y Egipto han sido infructuosos por la inestabilidad política todavía presente en estas naciones (en Egipto han resurgido las protestas y se produjo el derrocamiento de el Presidente Mohamed Morsi 20). El caso de Libia es incluso más crítico, la guerra civil ha destruido el país y lo ha sumido en una profunda crisis petrolera, económica y de seguridad social, que ha retrasado cualquier reforma sustancial por parte de Consejo Nacional de Transición (21).  Por lo tanto, aún es muy pronto para saber si las aspiraciones de libertad y democracia de los movimientos populares en el Mundo Árabe se convertirán en hechos tangibles y si verdaderamente se logrará un cambio axiológico hacia valores democráticos en unas sociedades acostumbradas a años de tiranías, cosa que, según Galvis Gaitán, es clave en una revolución (22).

Todas estas razones permiten concluir que, actualmente, la Primavera Árabe no pasa de ser una masiva rebelión popular con un potencial germen revolucionario en sus entrañas, y que sería muy prematuro calificarla como una auténtica revolución en el sentido moderno del término. Sin embargo, ¿acaso todas las revoluciones no comienzan siendo simples revueltas por el descontento popular con ansias de mayores libertades? Solo los hechos y el tiempo podrán determinar si realmente nos encontrábamos frente una verdadera revolución incipiente.

 

Notas y referencias:

(1) “La Primavera Árabe”, Curso de Verano 2011 Madrid: Universidad Complutense, 2011 (http://pendientedemigracion.ucm.es/info/cv/cursos2011_pdf/73307.pdf)
(2) Blanco, José M., “Primavera Árabe. Protestas y Revueltas. Análisis de factores”, Instituto Español de Estudios Estratégicos, 2011 (http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_opinion/2011/DIEEEO52-2011Prima...)
(3) El Houssine Majdoubil, “La revolución tunecina amenaza los otros regímenes del Magreb y Egipto”, Madrid: Diario El País, 15/01/2011 (http://internacional.elpais.com/internacional/2011/01/15/actualidad/1295...)
(4) Joytisolo, Juan, “La voz del nuevo Túnez”, Madrid: Diario El País, 18/01/2011 (http://www.webislam.com/articulos/60582-la_voz_del_nuevo_tunez.html)
(5) Blanco, José M., “Primavera Árabe. Protestas y Revueltas. Análisis de factores”, Instituto Español de Estudios Estratégicos, 2011 (http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_opinion/2011/DIEEEO52-2011Prima...)
(6) “Túnez: Un mes de revueltas dan al traste con la tranquilidad del país más calmo del Magreb” (http://www.20minutos.es/noticia/926814/0/tunez/revueltas/sociales/)
(7) Carrión, Francisco, “Ley de Emergencia: 30 años de impunidad y miedo”, Madrid (desde la corresponsalía en El Cairo): Diario El Mundo, 06/02/2011 (http://www.elmundo.es/elmundo/2011/02/06/internacional/1297005990.html)
(8) “2010 Corruption Perceptions Index”, Transparencia Internacional (http://www.transparency.org/cpi2010/results)
(9) Gutnisky, Guillermina, “Esperanzas e Incertidumbres en Egipto: crónicas de un levantamiento popular”, Grupo de Estudios Internacionales Contemporáneos, 2011
(10)  Cembrero, Ignacio, “¿Efecto dominó? Sí, pero a su ritmo”, Madrid: Artículo Diario El País, 30/01/2011 (http://elpais.com/diario/2011/01/30/internacional/1296342005_850215.html)
(11)  “Un golpe militar derriba al Rey Idris de Libia”, Madrid (desde corresponsalía en Tánger), Archivo del diario El Mundo, 02/09/1969 (http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1969/09/...)
(12)  Ortiz de Zárate, Roberto, “Muammar Al-Gaddafi”, Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB) (http://www.cidob.org/es/documentacio/biografias_lideres_politicos/africa...)
(13)  Gutiérrez de Terán, Ignacio, “La revolución popular libia: causas y efectos”, Artículo de El Confidencial, 26/02/2011 (http://www.elconfidencial.com/tribuna/2011/revolucion-popular-libia-caus...)
(14)  Cembrero, Ignacio, “La protesta estalla en Libia”, Madrid: Diario El País, 16/02/2011 (http://internacional.elpais.com/internacional/2011/02/16/actualidad/1297...)
(15) Ortiz de Zárate, Roberto, “Muammar Al-Gaddafi”, Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB) (http://www.cidob.org/es/documentacio/biografias_lideres_politicos/africa...)
(16)  “Las fuerzas de Gadafi causan 'un genocidio' entre los manifestantes”, Madrid: Artículo Diario El Mundo, 22/02/2011 (http://www.elmundo.es/elmundo/2011/02/21/internacional/1298306695.html)
(17)  Pasquino, Gianfranco, “Revolución” en Norberto Bobbino y Matteucci, Diccionario de  política, Vol. 2, México: Siglo XXI Editores, 1986
(18)  Marcuse, Habert, Ética de la Revolución, 3a Edición, Madrid: Taurus Ediciones S. A., 1970, Págs. 141 a 156
(19)  Arendt, Hannah, Sobre la Revolución, Madrid: Alianza Editorial, 1988, Págs. 21 a 36
(20) “Hechos más relevantes tras el golpe de Estado en Egipto”, Madrid (desde corresponsalía en El Cairo): Agencia EFE, 16/08/13 (http://www.elcomercio.es/rc/20130815/mas-actualidad/internacional/cronol...)
(21)  Pezoa, C, “Crisis en Libia se agudiza por bloqueo de oleoductos”, Santiago de Chile: Diario La Tercera, 04/09/2013 (http://www.latercera.com/noticia/mundo/2013/09/678-540989-9-crisis-en-li...)
(22)  Galvis Gaitán, Fernando, “La Revolución”, en Boletín del Instituto de Estudios Constitucionales, N° 10, Bogotá: Universidad Sergio Arboleda, 2008, Pág. 37

Nota: todos los documentos en línea fueron consultados entre agosto y septiembre de 2013.