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Entrevista a Ricardo Teruel

 

(1956)

 

            Mi papá Guillermo Teruel, creador del conocido merengue venezolano Juan José, tocaba el piano y yo lo escuchaba. Con el tiempo, fui acercándome poco a poco a ese instrumento hasta que comencé a estudiarlo durante la estancia de mi familia en Inglaterra. A los ocho años, mi profesora de piano se dio cuenta de que yo jugaba con él y me propuso, como parte del proceso educativo, inventar mis propias piezas; cada cierto tiempo, debía escribir una para la clase siguiente. De este modo, empecé a componer y nunca he dejado de hacerlo…

            Cuando mi familia regresó a Venezuela, continué mis estudios de piano con Harriet Serr;[1] fue un privilegio ser uno de sus alumnos. Luego, ingresé a la Escuela de Música Juan Manuel Olivares. Allí me formé con Judith Jaimes[2]  con quien cursé hasta el octavo año, los dos últimos los hice con  Lilian Pérez, una excelente pianista venezolana casada con Yannis Ioannidis quien también fue mi profesor. A la par de esta formación musical, iba la de la primaria, secundaria y universitaria.   Hice simultáneamente mis estudios de piano, especialmente los dos últimos años, y los de composición que inicié al terminar aquellos con los de Ingeniería Electrónica en la Universidad Simón Bolívar (USB). En todos, obtuve el grado.

            Para optar al octavo año de piano había que interpretar una obra venezolana. El jurado aceptó que yo presentara una de mi autoría, así que toqué Laberinto sin salida una de las primeras piezas que coloco en mi catálogo y que posee un lenguaje muy bartoquiano.[3] Para el décimo, ejecuté mi pieza Irrelevancia que es un teatro instrumental, donde cobran importancia los gestos y lo que hace el instrumentista como teatro. Esta gestualidad está incorporada a la partitura y es importante en cuanto a la concepción de la obra; de hecho su clímax se da en el momento en el que el pianista se levanta y tira la silla donde está tocando y ve al público. De esta manera, planteé dos elementos que han determinado el resto de mi producción: el reconocimiento de la existencia de un público activo y la necesidad de hacer/crear un repertorio alejado de lo clásico y tradicional.

            El ejecutar composiciones propias durante mis estudios de piano y como examen final hizo que mis profesores sugirieran que dejara este instrumento y me dedicara a la composición. Yo descarté la primera recomendación y seguí la segunda. Por eso, me inscribí con el compositor griego formado en Alemania Yannis Ioannidis. Con él comencé mis estudios formales de composición que continúe tiempo después en la Maestría en Música, Mención Composición en la USB (2004).

            A estas piezas iniciales, he añadido otras que conforman mi listado de composiciones y que suman alrededor de 150 obras. Cada una de ellas tiene un significado distinto, un concepto distinto, que incluye la interacción con el público, la experimentación con objetos/materiales que devienen en instrumentos, el ensayo con el lenguaje musical y la incorporación de lo electrónico. De este catálogo, sobresalen en cuanto a la aceptación del público las improvisaciones que hago con mis instrumentos de fabricación casera como Las mangueritas que toco a modo de bis  después de haber tocado un concierto de concertina. También destaca La mojiganga que originalmente iba a ser una serie, la escribí en  mi segundo año de residencia como compositor de la Orquesta Gran Mariscal de Ayacucho por encargo de su director para esa época ―Rodolfo Saglimbeni― quien solicitó una obra alegre, movida; en cambio yo presenté una burlona, cómica, acorde con el nombre de la misma[4]. En esta obra, compuesta para la orquesta completa y que incluye una posibilidad teatral, hice un paseo por distintos géneros populares de Latinoamérica y mantuve la idea de la farsa del carnaval con máscaras de animales, personas hablando, intercalando esto con esos géneros musicales donde predomina el Calipso de El Callao.

            Además de estas composiciones, tengo un sinnúmero de obras electrónicas. Una de ellas es Nuestra cultura vegeta que fue seleccionada por el compositor argentino Ricardo Alfar para un trabajo sobre música latinoamericana electrónica para la UNESCO. Venezuela estuvo representada en él por esta pieza y otra de Alfredo Del Mónaco. En cuanto a mi tendencia experimental, una de las más recientes es Gesto ballena en la que empleé una selección de los sonidos originales de las ballenas, tomados de un CD, para procesarlos un poco, ordenarlos y hacerlos interactuar con mi ejecución en vivo que consiste en tocar globos inflados con técnicas distintas,  frotándolos, cambiando la boca, o inflándolos y desinflándolos. Esta interpretación la realizo desplazándome por el público que está rodeado de un sistema de 5.1 de surround,  donde hay tres cornetas al frente, dos cornetas atrás.

            Mi experimentación ya no se limita a lo sonoro, ha ido incorporando lo visual. Por eso, hoy día estoy haciendo videos muy experimentales. El primero que hice presenta un juguete que transformo visualmente, más los sonidos que hace el juguete mientras sufre esa metamorfosis. Mi experiencia de tomar un pitillo y cortarlo para que suene como caña, ver qué puedo controlar y qué no, qué puedo grabar, qué puedo hacer, qué puedo procesar después con materiales electrónicos traspasa lo musical, ahora también queda registrado en términos visuales y me permite incorporar otros elementos a mi obra.[5]

            Esta particular forma de concebir y hacer mis producciones se vincula con el modo de componerlas.  Para crearlas utilizo todos los recursos disponibles desde el lápiz y el papel, pasando por el software libre y gratuito, tanto en Windows como en Linux, incluyendo programas de anotación de excelente calidad, programas gráficos donde puedo hacer dibujos vectoriales, hasta la improvisación y el contacto con el instrumento que puede ser el piano, la concertina inglesa ―un acordeón pequeño que tiene 48 botones; es un instrumento bastante versátil, acústico y portátil― o alguno artesanal que haya fabricado.

            A la ejecución de estos instrumentos le dedico muchísimo tiempo, no obstante la mayoría lo invierto en el acto creador. Los últimos diez años de mi vida he estado dedicado a la composición para orquesta, para grupos de cámara, para solistas; obras cuya promoción ha sido muy poca. A pesar de que buena parte de mis piezas han sido interpretadas en Venezuela y fuera de ella, no han sido publicadas a nivel de una casa editorial, no tengo grabaciones de las mismas sino las realizadas por mí o unas caseras de mi período con Ipso facto (1983-1984) ―un grupo subsidiado por la  Fundación para la Cultura y las Artes (FUNDARTE) y el Consejo Nacional de la Cultura (CONAC) que formé con Beatriz Bilbao, compositora y tecladista, y Edgar Saume, percusionista y compositor con la idea de que estuviera constituido por compositores/ejecutantes para tocar sus propias piezas enmarcadas en un concepto de rock fusionado con música tradicional y elementos populares incorporados dentro del lenguaje―, ni cuento con un respaldo completo, ordenado y sólido de mis partituras en formato electrónico. Estos escollos he ido superándolos gracias a las bondades del internet, en donde he encontrado un espacio ideal para difundir la obra. Otra modalidad en la que he estado pensando es en la figura del agente, del representante artístico que esté abocado a la promoción de la misma.

            Tal vez si empleáramos esta figura, podríamos dedicarnos completamente a la creación y vivir de ella.  Hacerlo actualmente es casi imposible porque la  remuneración por composiciones es poco frecuente y nunca está acorde al costo horas/hombre si uno considera el nivel de especialización que ha desarrollado en el área. Por eso, me he dedicado a la docencia y a colaborar con la Fundación del Estado para las Orquestas Juveniles para percibir ingresos por mis conocimientos de compositor.

 

 

            Estas dos actividades van de la mano para mí, pues comencé a enseñar música cuando ingresé al Instituto de Fonología que estaba regido por la Fundación de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela,  asistiendo a Eduardo Kusnir un profesor argentino que impartía clases de música electrónica.[6] Dicté clases de orquestación en el Instituto Universitario de Estudios Musicales y desde 1983 de música con medios electrónicos en el Conservatorio Simón Bolívar. Desde 1990, soy profesor de composición, orquestación y música electrónica en la Universidad Nacional Experimental de Arte (UNEARTE).

            Desde mi labor docente, les insisto a mis estudiantes en la necesidad de ser disciplinados; pues, la composición se trata de disciplina, de dedicar varias horas al día para que se convierta en un oficio y puedan adquirirse, desarrollarse y consolidarse las competencias necesarias. La disciplina es fundamental para desarrollar un pensamiento como pensador musical. Además de ella, se debe ir más allá de la música como fuente de aprendizaje, inspiración e investigación. Todo debe ser considerado para el proceso creativo. 

            Un proceso que sólo estará respaldado cuando se estimule permanentemente a los hacedores de música,  exista un financiamiento estatal para proyectos específicos que presenten compositores en función de la puesta en escena de sus obras y se cree un circuito de conciertos para que las piezas sean estrenadas y conocidas a lo largo y ancho del territorio nacional. Estas serían mis propuestas para mejorar la aceptación del compositor en la sociedad y para proyectar su obra.

 

 



[1]Harriet Serr (Nueva York, Estados Unidos de América, 1927 - † Caracas,  Venezuela, 1989) fue una pianista y pedagoga musical. Hizo su debut como pianista a los nueve años en el Master Institute Hall Master de Nueva York con un repertorio que comprendía piezas de Händel, Scarlatti, Haydn, Mozart, Beethoven y de su propia autoría.

Además de su trabajo como concertista, se dedicó intensamente a la enseñanza. Trabajó como asistente de Isabelle Vengerova y fue desde 1953 a 1955 profesora de piano en el Douglas College de la Universidad de Rutgers en New Brunswick, Nueva Jersey. En 1955, el Ministerio de Educación de la República de Venezuela la encargó de implementar cursos especiales para piano en Caracas. Permaneció en Venezuela por muchos años, hasta su muerte, para enseñar y llevar el proyecto ministerial. Fue honrada por el Estado venezolano con la Orden Andrés Bello en reconocimiento a sus contribuciones a la educación musical y al desarrollo de la música de piano en Venezuela. Después de su muerte, se creó el  Concurso de Piano de Venezuela que lleva su nombre.

[2]Judith Jaimes es una destacada pianista venezolana.  Se dedicó desde los cuatro años a tocar el piano, bajo la tutela del maestro Miguel Ángel Espinel. A los seis años, esta tachirense de nacimiento, demostró ser una niña prodigio del instrumento de cola y obtuvo una beca para estudiar en el exterior. Ya había debutado en el Teatro Municipal de Caracas. En Nueva York se hace alumna de Olga Stroumillo, asistente de Isabella Vengerova, quien posteriormente la adopta como discípula. A la muerte de la maestra, continuó sus estudios con Rudolf Serkin y Mieczyslaw Howoski.

Ha tocado con las más importantes orquestas venezolanas. Fue la solista que inauguró el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela con la Sinfónica Venezuela bajo la batuta de Pedro Antonio Ríos Reyna el 12 de marzo de 1954.

Actualmente, reside en los Estados Unidos.

[3]Este adjetivo, bartoquiano, hace referencia al estilo musical del compositor, pianista e investigador húngaro  Béla Viktor János Bartók, conocido como Béla Bartók quien desarrolló uno personal dotado de fuerza y energía, con entornos melódicos inusuales y ritmos asimétricos y a contratiempo.

 

[4]Recordemos que la mojiganga es un género dramático menor del Siglo de Oro español. Consiste en un texto breve en verso, de carácter cómico-burlesco y musical, para el fin de una fiesta, con predominio de la confusión y el disparate deliberados, explicables por su raigambre esencialmente carnavalesca. Existen fundamentalmente dos tipos: las parateatrales, de inspiración más popular y carnavalesca, a veces con intervención de actores caracterizados como animales, y las dramáticas.

La mojiganga es un espectáculo en el que se mezcla el entremés, la danza, y la música. Proviene de la boxiganga del siglo XVII, de elementos de la cultura popular autóctona y del teatro medieval. El término, según Hugo A. Rennert, se usaba para denominar el teatro callejero compuesto por actores ambulantes y el entremés que acompañaba estas representaciones (Hugo A. Rennert, The Spanish Stage at the Time of Lope de Vega, New York:Dover, 1963, 295-6). En Hispanoamérica, la derivación del término se usó en 1637 refiriéndose a una danza callejera durante los carnavales. En ella, el mimo era más importante que la palabra y estaba protagonizada por actores que imitaban a animales, singularmente por uno que hacía de toro perseguido y burlado por varios actores y viceversa.

 

[5]En la entrevista este compositor no hizo mención a los premios que ha obtenido, a pesar de que su obra ha sido distinguida con unos cuantos; a saber: diecinueve premios a nivel nacional y tres internacionales (dos por obras sinfónicas, en Alicante, España y San José, Costa Rica y una por un proyecto de música electrónica, en el LIEM de Madrid, España).

 

[6]Eduardo Kusnir es un compositor, director de orquesta y docente argentino. Desde junio de 1978,  reside en Venezuela. En Caracas, orienta sus actividades hacia la electroacústica. Es profesor fundador de la cátedra de música electroacústica del Conservatorio Nacional de Música Juan José Landaeta (1981), instructor múltiple para los laboratorios de música electroacústica de la Orquesta Nacional Juvenil de Venezuela (1981-1983). Desde 1988 es docente en la Escuela de Artes de la Universidad Central de Venezuela (UCV), coordinador desde 1992 del área de sonido del Centro de Documentación e Investigaciones Acústico-Musicales, adscrito a la Dirección de Bibliotecas, Información, Documentación y Publicaciones de la UCV, profesor en la maestría en Musicología Latinoamericana del postgrado de la Facultad de Humanidades y Educación (1994), jefe del Departamento de Música de la Escuela de Artes de la UCV (1995), profesor invitado por el Departamento de Música de la Universidad de Puerto Rico, Río Piedras (1995). Además es colaborador de las páginas culturales de El Nacional, y presidente de la Sociedad Venezolana de Música Electroacústica fundada en 1984, adscrita a la Confederación Internacional de Música Electroacústica con sede en Francia y patrocinio de la UNESCO, cuyo objeto es promover la creación y difusión de este género de música.