Daniel Gutiérrez*
“Cogito, ergo sum”
(Pienso, luego existo)
Descartes
Cuando se creó el uso de la tilde, en aquellas primeras letras escritas, no fue por razones decorativas ni mucho menos para que del medio escrito al hablado se complicara su articulación. La mayoría de la gente sabe que el verdadero uso del acento es la correcta pronunciación de toda palabra. A decir verdad, hay dos posibles orígenes de este error.
Primero, mencionaré uno que no tiene que ver directamente con el español, sino con el griego. Con el fin de facilitar el aprendizaje de la escritura del griego a los no nativos, se “inventó” el uso del acento en las minúsculas. Con todo, en Alejandría, cuando se empezó a impartir este idioma nunca se le escribió el acento a la mayúscula inicial. No obstante, se le ponía una tilde -si le correspondía- pero no encima de la letra, sino en su lado izquierdo.
Segundo, en América, aproximadamente a finales del siglo XVIII, no se acentuaron las mayúsculas por motivos económicos. La razón principal fue la siguiente: en donde se elaboraban las letras para las imprentas (Estados Unidos, Inglaterra o Alemania) existían lenguas carentes de tildes y no fabricaban por tanto letras acentuadas, a menos que se pagara por su elaboración. Entonces, se buscó la excusa para no colocar el acento a las mayúsculas, lo que en el fondo no era más que evitar “gastos innecesarios” dado lo costoso que resultaba el encargo particular de esas letras. Si la compra de letras mayúsculas con tildes se hubiese hecho, no tendríamos hoy “la maña” de no querer acentuar las mayúsculas. Por otro lado, el tiempo invertido por quienes trabajaban en las imprentas no sufriría grandes alteraciones: ¿acaso no colocaban, igualmente, las minúsculas acentuadas en el lugar que les correspondía?.
Ciertamente estos son dos de sus posibles orígenes. Con todo, mucha gente cree aún que no se acentúan las mayúsculas porque se considera antiestético. Hay quienes al escribir en su cuaderno un apunte o una nota cualquiera lo hacen todo en letras mayúsculas y sin acentos, ya sea para ocultar su ignorancia de cómo deberían acentuarse las palabras, o para no tener que discriminar al escribir la letra inicial de un nombre propio. Pero, si en un título de una tesis escribimos “ANALISIS DE MICROORGANISMOS EN LAS CUEVAS DE ANTIOQUIA”, el lector no tendrá claro si esas cuevas están en ANTIOQUÍA (ciudad de Turquía Meridional, que se encuentra en Hatay) o en ANTIOQUIA (Departamento al noroccidente de Colombia).
La Real Academia aclara en su publicación Ortografía de 1974 en el capítulo II, § 6, apartado 15: “El empleo de mayúscula no exime de poner tilde sobre la vocal que deba llevarla según las normas del Cap. III”, capítulo que explica que podrían producirse malos entendidos si no llevasen tilde las mayúsculas. El contenido de ese capítulo ha sido distorsionado o erróneamente impartido en las escuelas. La pedagogía escolar parece creer que las mayúsculas no llevan acento, y respalda esta creencia en una supuesta rectificación de la RAE sobre este detalle ortográfico, producto de una mala y cómoda interpretación. Con respecto a esto citaré las siguiente líneas del libro “Ortografía esencial del español”, de la Biblioteca de El Nacional (2001), Venezuela, que corroboran lo que he venido discurriendo: “No dudemos, pues, al acentuar y no privemos a las letras mayores de su derecho al acento”.
Cada vez que nosotros veamos, ya sea en una lámina de acetato, unas guías de estudios, o cualquier material de un profesor, o nuestros propios trabajos sin estos acentos, no dudemos pues en corregirlos, porque si no seguiremos transmitiendo “la flojera” de no querer acentuar aquellas letras mayúsculas que desde el principio siempre debieron llevar su acento para asegurar su correcta entonación.
En la actualidad, las computadoras tienen incorporados los acentos en sus programas, y cualquier dificultad para generar caracteres acentuados puede superarse con cambios sencillos de configuración. Si, como usuarios, no logramos ubicar los caracteres que necesitamos en un momento dado, deberíamos corregir lo que corresponda aunque sea con el uso de un lápiz sobre el documento ya impreso, en una actitud consciente y de respeto hacia nuestra lengua.
En conclusión, el español nos exige acentos en la palabra escrita para poder representar su correcta pronunciación. Imaginemos por un momento que no hay acentos: ¿cómo pronunciarían una misma palabra distintas personas?. De muchas formas. En definitiva, no hay excusas, ante todo lo expuesto, para justificar la ausencia de la tilde en texto escrito alguno.
(*)Estudiante de Lic. Biología
Universalia nº 20 Sep-Dic 2003