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La historia y los juguetes

Graciela Montaldo*

Nuestros sueños, aquéllo que parece que sólo nos pertenece a nosotros son, sin embargo, "históricos", es decir, están configurados por las imágenes que la historia nos proporciona y que se archivan en nuestro inconsciente a través de modelos culturales. Sin duda son "nuestros" sueños, pero los soñantes y las imágenes que creamos al soñar están incluidas en ese fluir de la historia al punto que en los diferentes períodos y coyunturas las imágenes de los sueños y pesadillas se van modificando.

Si esto es así, no estamos lejos de encontrar que cada cosa va variando en el transcurso del tiempo y que, por lo tanto, se puede contar la historia de cualquier actividad, disciplina, objeto o práctica. La historia, como saber, tiene un enorme poder de fascinación pues es la que nos permite ver los cambios, transformaciones y a la vez la permanencia de aquello que estamos historiando. Walter Benjamin, un filósofo alemán, curioso de la historia de todas las cosas, escribió en la década del treinta una cantidad de artículos sobre la historia de los juguetes. Pues los juguetes tienen su historia: nacen algún día (como los niños), de las manos de los artesanos se especializan, y luego se van transformando con el uso, los cambios en la industria, los cambios sociales y las actividades y obligaciones de los propios niños.

Los caballitos de madera o los soldaditos de plomo son objetos creados por los artesanos que trabajan la madera y los metales respectivamente; se construían con los sobrantes de su trabajo y con ellos jugaban sus propios hijos, lo que era una forma de continuar la profesión de sus padres. Sin embargo, queda claro que un niño no necesita un juguete para jugar, puede hacerlo con cualquier objeto. ¿Para qué sirven los juguetes entonces? Con ellos, los niños aprenden roles sociales, "juegan" siendo niños papeles de grandes. De este modo, cuando los juguetes se industrializan, aparecen, por ejemplo, las muñecas para las niñas. Durante la primera mitad del siglo XIX, las muñecas semejaban mujeres, tenían vestidos sofisticados, peinados, maquillaje y las niñas jugaban así a ser grandes. En la segunda mitad del siglo pasado, un cambio en la percepción de la mujer hace que la maternidad sea un atributo esencial de lo femenino (no siempre esto fue así) y las muñecas ya no son "mujeres" sino que representan bebés con todo su vestuario; las niñas ya no juegan a vestirse de grandes o a coquetear sino a ser madres.

De modo que jugar no es un acto del todo inocente, pues estamos aprendiendo roles al hacerlo; cada juguete que tomamos está cargado de historia y de sentido, como señala Benjamin(1) refiriéndose a los niños, "Así es que sus juguetes no dan testimonio de una vida autónoma, sino que son un mudo diálogo de señas entre ellos y el pueblo." (p.88)
1. Lo hace en su libro Escritos. La literatura infantil, los niños v los jóvenes. Buenos Aires: Nueva Visión, 1989.

(*)Graciela Montaldo es Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires (Argentina) e investigadora sobre temas de cultura latinoamericana. Es profesora del Departamento de Lengua y Literatura.

Universalia nº 10 Abr - Jul 1993