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De varia invención : Trabajo de ascenso

 

Vicente Lecuna Torres

Una de las principales preocupaciones de la Oficina es que los trabajos de ascenso se tramiten de una manera rápida y se llenen, con la terminología legal adecuada, los numerosos formularios requeridos. Una falla en cualquiera de los pasos, una planilla incompleta o un pequeño detalle, genera la devolución del trabajo por la comisión especial de supervisión del cumplimiento de las normas administrativas y, por supuesto, un retraso en lo económico y en lo administrativo del ascenso del profesor en el escalafón ordinario. El prestigio de las Oficinas depende, en gran parte, de la celeridad y eficiencia mediante las cuales se despachen los kilos de papel que llegan diariamente. Por diversas razones, que no viene al caso explicar, los trabajos de ascenso tienen acentuadas diferencias entre sí; a veces parecen provenir de épocas o instituciones muy distintas. El más extraordinario caso de ascenso se mantuvo en silencio durante largo tiempo, porque su divulgación podría generar una mala imagen de la Oficina en la opinión pública que, para aquel momento, tenía pésimo concepto de todo lo vinculado con la Oficina.

Un joven Profesor, quien había obtenido un titulo de Ph.D. en la más prestigiosa universidad de Boston, Massachusetts, presentó, para su ascenso, un trabajo constituido por una página en blanco seguida por 126 páginas en las que había 1.387 referencias bibliográficas. El título del trabajo resultó incomprensible, quizás porque era de una especialidad diferente de la mía. Pensé que se trataba de un error en la compaginación o en la encuadernación y que habían olvidado incorporar o extraviado el trabajo. Hice llamar al profesor y compareció ante mí un joven delgado con mirada distraída y bata blanca. Cuando expliqué la razón de haberlo llamado sonrió y dijo: -Sabía que esto iba a suceder-. Con gran naturalidad me explicó la razón de ser de ese trabajo de ascenso, aparentemente incompleto.

Lo había iniciado hace muchos años, cuando, durante un experimento, se le ocurrió una hipótesis muy original. Luego de una extensiva investigación bibliográfica y, basado en otros trabajos realizados durante sus estudios en Boston, logró establecer una cadena de hechos que demostraban claramente la hipótesis. Además, surgieron otras conclusiones no sospechadas al comienzo, que amenazaban el futuro de la ciencia en cuanto a sus fundamentos éticos y políticas. Por esta razón, había preferido no escribirlas, sino dejar que cada investigador, al leer en orden las referencias (donde estaba la clave) llegara a la misma conclusión. Todo investigador consciente comprendería y mantendría las conclusiones dentro de la comunidad científica. Aunque no era de mi competencia, le expresé mis pensamientos: -Parece cosa de ciencias ocultas-. Contestó con mucha educación, negándolo pero quedé con la impresión de que, en efecto, pertenecía a alguna extraña secta religiosa o culto esotérico. Se retiró y, cuando cerraba la puerta, observé una leve sonrisa en su rostro. La situación era complicada porque, para que el trabajo fuera rechazado (cuestión que me parecía obvia), se requería el veredicto de un jurado. La designación de los integrantes del mismo resultó muy difícil porque los seleccionados se inhibieron por causa de índole muy variada: enfermedad, muerte, vacaciones, año sabático, cáncer, viajes, agotamiento, exceso de trabajo especial, comisiones personales, etc. Finalmente se recurrió a personas extrañas a la Oficina porque, para integrar el jurado habíamos agotado, por inhibiciones, a todo nuestro personal. Fue mucho después cuando se conoció que los miembros seleccionados para constituir el jurado, eran enemigos entre sí.

La presentación del trabajo fue pública. Al comienzo, el auditorio estaba lleno y había expectativa. El autor dio lectura, con gran seguridad durante 5 horas a las 1.387 referencias bibliográficas. Con facilidad y convicción leyó, de una manera corrida, los nombres de los autores, títulos de trabajos, revistas, volúmenes, tomo, número, página inicial y final y años, sin detenerse. Todo sonaba muy lógico, pero en un idioma diferente, a pesar de ser el mismo que usamos a diario. Ponía énfasis en ciertas partes y agitaba los brazos, con entusiasmo, en otras. Me pareció que estaba exagerando.

Leyó las últimas referencias con lentitud y con tono deprimido. Es lamentable que el público, para ese momento, se hubiera retirado. Al final quedamos el profesor, el jurado y yo. No hubo preguntas ni deliberación. Cada miembro del jurado, sin hablar o comentar con el otro, anotó en el pizarrón su calificación. Los tres habían otorgado la máxima calificación. Hice llenar a máquina el veredicto y las diez copias. Firmaron y, sin despedirse entre sí, se retiraron. En la puerta me estrecharon la mano y manifestaron, por separado, su agradecimiento por haberlos seleccionado como jurado. Ninguno recomendó la publicación del trabajo, cuestión que era habitual en todos los veredictos de aquella época. Intenté comunicarme con ellos más tarde, para obtener una explicación de lo sucedido pero, tercamente, se negaban o excusaban alegando numerosas razones.

Varios años después, supe, por un amigo, que uno de los miembros del jurado, en una fiesta, bajo la influencia alcohólica, confesó que ni él, ni los demás miembros del jurado tenían la menor idea acerca del contenido del trabajo de ascenso pero que el autor parecía una autoridad, por la forma como expuso. Ellos trabajaban en Oficinas con procedimientos diferentes y nunca habían conocido trabajos de ese tipo. Pensaron que todos nuestros trabajos de ascenso eran similares al presentado. Como gesto de cortesía hacia la Oficina por la honra de haberlos designado miembros de un jurado, a pesar de pertenecer a otras instituciones, lo habían premiado con la máxima calificación. El miembro del jurado que dio su versión de lo ocurrido aseguró que, a pesar de no haber conversado con los otros miembros, seguramente éstos habían hecho lo mismo que él por iguales razones, porque los conocía muy bien, debido a la gran enemistad que los unía.
Universalia nº 9 Ene - Mar 1993